lunes, 23 de marzo de 2020

Los Paseos Campestres de San Cristóbal en la década de los años 30

Casa de Campo propiedad del Sr. Pedro M. Ramírez

Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante
Una de las costumbres más simpáticas y agradables de las gentes de San Cristóbal de antaño, era la de los paseos al campo los días domingos y en la época de pascuas navideñas y pascuas floridas.
Estos paseos eran auténticas fiestas o parrandas de las que disfrutaban personas sanas y alegres, amantes de la buena compañía, el baile, la música, las mujeres y la buena comida criolla.
Muchos sitios campestres se escogían para dichos paseos, tales como La Potrera en la casa de don Hernán Becerra, grande, espaciosa, familiar y fresca; la casa de don Víctor Colmenares más arriba de aquella, metida entre cafetales y guamos con patios espaciosos para el baile y una planta alta con piso de madera para bailar cuando por desgracia llovía.

En Pirineos por la belleza del paisaje, la cercanía a la ciudad, el ambiente fresco y sabroso se efectuaba frecuentemente paseos de esta clase y era la hacienda de los hermanos Illarramendy la preferida, tanto por la amabilidad de los dueños como por la comodidad de la hacienda, desde las nueve de la mañana empezaban a llegar los convidados y muy temprano los músicos afinaban sus instrumentos: don Alejandro Jácome con su vieja flauta; don Rosario Moros su anciano bajo; don Enrique Quintero su Tiple y así todos, hasta don Héctor Illaramendy pulsaba con maestría un sonoro bandolín chinacotero. 
 
Casa de campo del Dr. Nicasio Rivera

Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante
También iban por aquellos tiempos los maestros Rivera Useche, Santos Zambrano, el viejo Cedeño, Ramoncito Niño, don Francisco Romero, don Rafael Salazar, don Juancho Galaviz, Ignacio Delgado, el viejo Pompilio Ruiz que tocaba entre otros instrumentos el violín, el bandolín, la guitarra, el cuatro, el tiple, y el contrabajo, además, por su fino oído era el encargado de verificar el afinamiento de la orquesta.

Otros artistas aficionados y profesionales que recordamos son el Dr. Luis Eduardo Montilla, Roberto López, Ezequiel Vivas, el catire Abel, Soler, Juan Duque, los Camargo, Platerito, el viejo Pino, Escipión Vargas y otros cuantos más que gustaban de Pirineos para disfrutas de un día campestre, a la sombra de los árboles y en compañía de amigos sinceros y cordiales.
Otros lugares buenos para paseos era la zona de Pueblo Nuevo y en las Pilas en casa de los Ochoa, en la casa de los Cuberos en El Pueblito; en la finca de don Carmelo Niño en Los Limoncitos o donde María Cegarra se pasaban ratos divinos en compañía de muchachas lindas y con música alegre, buen brandy y excelente comida campesina.
Todos procuraban llegar temprano para empezar el baile pronto, el cual casi siempre, iba a terminar en Los Kioskos del buen amigo Miguel Ángel Granados, en donde se seguía bailando con la misma orquesta o con los discos de moda.
 
Casa de campo del Sr. Eugenio M. López

Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante
Por la vieja carretera central, más arriba de Los Kioskos y a orillas de la quebrada La Blanca, estaba la finca denominada “Los Teques” de don Manuel Sánchez. Casa situada frente a la carretera con amplios corredores y enormes salas, patios enladrillados y árboles de agradable sombra. Allí se efectuaban fiestas campestres de bastante importancia y concurrían gentes de la sociedad y de la clase media, de carácter festivo y alegre. 

Los gastos se hacían “a escote”, es decir, los hombres pagaban una cuota previamente establecida para la compra de los licores, las gallinas y demás aditamentos del sancocho así como el pago de la música, los botiquineros y el transporte de las familias. Pero casi siempre ocurría que a eso de la una de la tarde, cuando la cosa estaba en plena sazón de alegría y esparcimiento, los botiquineros avisaban que la cerveza o el brandy (casi nunca se consumía whisky), el ponche crema de las muchachas y el vino dulce de las viejas se estaba acabando. Inmediatamente los organizadores del paseo hacían una colecta extraordinaria para salir “en carrera” a buscar nuevos pertrechos, y sí este se terminaba se volvía a pasar el sombrero para una o varias contribuciones más. Hubo ocasiones en que los enviados a buscar los últimos licores de la tarde no volvían sino que se quedaban bebiendo lejos de la fiesta.
 
Entrada de la Casa de campo "San Isidoro" del Sr. Cor. Francisco Cárdenas

Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante
Al frente de “los Teques” vivía un señor de apellido Borrero, cuya casa también se prestaba para hacer muy divertidas fiestas que resultaban económicas porque Gustavo Acevedo, que era casi siempre era el organizador, no compraba sino anís Garlín que luego ligaba con jugo de piñas, muy abundantes en la finca del señor Borrero, y a los músicos no había que pagarles porque eran invitados y se turnaban en la orquesta para bailar unos y tocar los otros. 

Pero al señor Borrero no se le ponía dar mucho anís, pues de repente se ponía celoso cuando veía a alguien que bailaba mucho con alguna de sus simpáticas hijas y entonces formaba la tángana y nos corría a todos los concurrentes, teníamos que cargar con música, parejas, licores y sancocho para la casa de don Manuel Sánchez que siempre nos acogía con cariñosa hospitalidad.
Hubo un tiempo en que se pusieron de moda los paseos campestres a Machirí, en el camino que va a Táriba. Era en la célebre casa de don Chinco Becerra, gran anfitrión como su señora esposa, pero al morir el viejo se acabó la cosa, hasta que el buen amigo Pabón compró la finca y puso de moda nuevamente esos sabrosos e inolvidables paseos a Machirí, que iban a terminar a la vecina ciudad de Táriba, en el Club Sucre o en El Torbes.
 
La Potrera, campo "Santa Inés" propiedad del señor Hernán Becerra

Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante
Los paseos hacia La Mesa, Tononó, Pericos, Zorca, La Popa o el Rodadero, eran de pronósticos, pues el día de la fiesta amanecía claro con brillante sol y sin amagos de lluvia, pero cuando ya se aproximaba la hora del regreso, justamente se desencadenaba un copioso aguacero que muchas veces hacia que las bailarinas amanecieran hasta el lunes en el campo. 

Hacia el sur: el Río Doradas, Chururú, Río Frío, El Corozo, también se hacían paseos y tenían la doble atracción de un baño en los ríos claros, hondos y llenos de rayas y de buenos peces, el paso del río en canoa, las zambullidas en los pozos, la pesca de la botella de brandy en la mitad del río, todo esto era motivo de satisfacciones para los paseantes.
Todo esto ha ido pasando de moda poco a poco…

Escrito en 1951 por Anselmo Amado, Así era la vida en San Cristóbal, BAT N° 1 (1960)
Imágenes: Álbum del Táchira de Díaz Brantes (1930)
Investigación de Bernardo Zinguer para Retazos Históricos del Táchira

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