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Casa de Campo propiedad del Sr. Pedro M. Ramírez Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante |
Una de las costumbres más simpáticas y agradables de las gentes de
San Cristóbal de antaño, era la de los paseos al campo los días domingos
y en la época de pascuas navideñas y pascuas floridas.
Estos
paseos eran auténticas fiestas o parrandas de las que disfrutaban
personas sanas y alegres, amantes de la buena compañía, el baile, la
música, las mujeres y la buena comida criolla.
Muchos sitios
campestres se escogían para dichos paseos, tales como La Potrera en la
casa de don Hernán Becerra, grande, espaciosa, familiar y fresca; la
casa de don Víctor Colmenares más arriba de aquella, metida entre
cafetales y guamos con patios espaciosos para el baile y una planta alta
con piso de madera para bailar cuando por desgracia llovía.
En
Pirineos por la belleza del paisaje, la cercanía a la ciudad, el
ambiente fresco y sabroso se efectuaba frecuentemente paseos de esta
clase y era la hacienda de los hermanos Illarramendy la preferida, tanto
por la amabilidad de los dueños como por la comodidad de la hacienda,
desde las nueve de la mañana empezaban a llegar los convidados y muy
temprano los músicos afinaban sus instrumentos: don Alejandro Jácome con
su vieja flauta; don Rosario Moros su anciano bajo; don Enrique
Quintero su Tiple y así todos, hasta don Héctor Illaramendy pulsaba con
maestría un sonoro bandolín chinacotero.
También iban por
aquellos tiempos los maestros Rivera Useche, Santos Zambrano, el viejo
Cedeño, Ramoncito Niño, don Francisco Romero, don Rafael Salazar, don
Juancho Galaviz, Ignacio Delgado, el viejo Pompilio Ruiz que tocaba
entre otros instrumentos el violín, el bandolín, la guitarra, el cuatro,
el tiple, y el contrabajo, además, por su fino oído era el encargado de
verificar el afinamiento de la orquesta.
Otros artistas
aficionados y profesionales que recordamos son el Dr. Luis Eduardo
Montilla, Roberto López, Ezequiel Vivas, el catire Abel, Soler, Juan
Duque, los Camargo, Platerito, el viejo Pino, Escipión Vargas y otros
cuantos más que gustaban de Pirineos para disfrutas de un día campestre,
a la sombra de los árboles y en compañía de amigos sinceros y
cordiales.
Otros lugares buenos para paseos era la zona de Pueblo
Nuevo y en las Pilas en casa de los Ochoa, en la casa de los Cuberos en
El Pueblito; en la finca de don Carmelo Niño en Los Limoncitos o donde
María Cegarra se pasaban ratos divinos en compañía de muchachas lindas y
con música alegre, buen brandy y excelente comida campesina.
Todos procuraban llegar temprano para empezar el baile pronto, el cual
casi siempre, iba a terminar en Los Kioskos del buen amigo Miguel Ángel
Granados, en donde se seguía bailando con la misma orquesta o con los
discos de moda.
Por la vieja carretera central, más arriba de Los
Kioskos y a orillas de la quebrada La Blanca, estaba la finca
denominada “Los Teques” de don Manuel Sánchez. Casa situada frente a la
carretera con amplios corredores y enormes salas, patios enladrillados y
árboles de agradable sombra. Allí se efectuaban fiestas campestres de
bastante importancia y concurrían gentes de la sociedad y de la clase
media, de carácter festivo y alegre.
Los gastos se hacían “a
escote”, es decir, los hombres pagaban una cuota previamente establecida
para la compra de los licores, las gallinas y demás aditamentos del
sancocho así como el pago de la música, los botiquineros y el transporte
de las familias. Pero casi siempre ocurría que a eso de la una de la
tarde, cuando la cosa estaba en plena sazón de alegría y esparcimiento,
los botiquineros avisaban que la cerveza o el brandy (casi nunca se
consumía whisky), el ponche crema de las muchachas y el vino dulce de
las viejas se estaba acabando. Inmediatamente los organizadores del
paseo hacían una colecta extraordinaria para salir “en carrera” a buscar
nuevos pertrechos, y sí este se terminaba se volvía a pasar el sombrero
para una o varias contribuciones más. Hubo ocasiones en que los
enviados a buscar los últimos licores de la tarde no volvían sino que se
quedaban bebiendo lejos de la fiesta.
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Entrada de la Casa de campo "San Isidoro" del Sr. Cor. Francisco Cárdenas Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante |
Al frente de “los Teques”
vivía un señor de apellido Borrero, cuya casa también se prestaba para
hacer muy divertidas fiestas que resultaban económicas porque Gustavo
Acevedo, que era casi siempre era el organizador, no compraba sino anís
Garlín que luego ligaba con jugo de piñas, muy abundantes en la finca
del señor Borrero, y a los músicos no había que pagarles porque eran
invitados y se turnaban en la orquesta para bailar unos y tocar los
otros.
Pero al señor Borrero no se le ponía dar mucho anís, pues
de repente se ponía celoso cuando veía a alguien que bailaba mucho con
alguna de sus simpáticas hijas y entonces formaba la tángana y nos
corría a todos los concurrentes, teníamos que cargar con música,
parejas, licores y sancocho para la casa de don Manuel Sánchez que
siempre nos acogía con cariñosa hospitalidad.
Hubo un tiempo en
que se pusieron de moda los paseos campestres a Machirí, en el camino
que va a Táriba. Era en la célebre casa de don Chinco Becerra, gran
anfitrión como su señora esposa, pero al morir el viejo se acabó la
cosa, hasta que el buen amigo Pabón compró la finca y puso de moda
nuevamente esos sabrosos e inolvidables paseos a Machirí, que iban a
terminar a la vecina ciudad de Táriba, en el Club Sucre o en El Torbes.
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La Potrera, campo "Santa Inés" propiedad del señor Hernán Becerra Fuente: Album del Táchira (1930) Humberto Díaz Brante |
Los paseos hacia La Mesa, Tononó, Pericos, Zorca, La Popa o el
Rodadero, eran de pronósticos, pues el día de la fiesta amanecía claro
con brillante sol y sin amagos de lluvia, pero cuando ya se aproximaba
la hora del regreso, justamente se desencadenaba un copioso aguacero que
muchas veces hacia que las bailarinas amanecieran hasta el lunes en el
campo.
Hacia el sur: el Río Doradas, Chururú, Río Frío, El
Corozo, también se hacían paseos y tenían la doble atracción de un baño
en los ríos claros, hondos y llenos de rayas y de buenos peces, el paso
del río en canoa, las zambullidas en los pozos, la pesca de la botella
de brandy en la mitad del río, todo esto era motivo de satisfacciones
para los paseantes.
Todo esto ha ido pasando de moda poco a poco…
Escrito en 1951 por Anselmo Amado, Así era la vida en San Cristóbal, BAT N° 1 (1960)
Imágenes: Álbum del Táchira de Díaz Brantes (1930)
Investigación de Bernardo Zinguer para Retazos Históricos del Táchira
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